domingo, 20 de marzo de 2016

LA PIEDAD


Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
 
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel,
 pero importuno.

 Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
Miguel Hernández (El Rayo que no cesa, 1936)


Según El Diccionario de la Real Academia Española la Piedad es definida como
Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.
Amor entrañable que se consagra a los padres y a objetos venerandos.
Lástima, Misericordia, Conmiseración.
Representación en pintura o escultura del dolor de la Virgen María al sostener elcadáver de Jesucristo descendido de la cruz.

 Misericordia o Conmiseración.

Una de las definiciones mas antiguas de la Piedad es la que hizo Aristóteles, a su juicio la Piedad: “Es un sentimiento de tristeza, causado por la vista de algún mal destructivo o penoso, que cae sobre quien no lo merece y que podríamos esperar que cayese sobre nosotros o a alguien que nos pareciese próximo”. Así, según Aristóteles, la Piedad exige un proceso de identificación con el otro, lo que producirá en el individuo un cierto temor a identificarnos con el que sufre y descubrir la constitutiva fragilidad humana, que hace que nadie esté a salvo de padecer una desgracia. La Piedad o compasión por tanto se percibe como un sentimiento complejo, pues alberga, al menos, dos sentimientos distintos que coexisten en nuestro ánimo: la tristeza y el temor.
En los siglos XVI y XVII se conforman dos tradiciones muy distintas a la hora de medir el valor moral de la Piedad. Por una parte estarán los críticos como los racionalistas Descartes y Spinozza y en siglo XVIII también Kant, que advirtieron sobre la ambigüedad de ese sentimiento y destacaron su lado oscuro y por otro los defensores de la Piedad como los moralistas británicos y Rousseau, que resaltaron el carácter natural de la piedad y su valor moral. A lo largo del siglo XIX filósofos como Schopenhauer realizará una defensa de la Piedad y describirá su esencia, identificándola con la caridad y el amor puro, mientras que Nietzsche, hará una crítica feroz de este sentimiento llegando a desvelar sus aspectos mas perversos para concluir que la Piedad no es nada puro, desinteresado ni natural.

Los racionalistas al igual que los estoicos vieron las sombras de la piedad y consideraron que, que al ser un sentimiento que se alimenta de tristeza y temor, extiende gratuitamente el sufrimiento por el mundo. Descartes la definirá como “una especie de tristeza, mezclada de amor o de buena voluntad, por aquellos a quienes vemos sufrir algún mal que no creemos que merezcan”.
Estos filósofos consideraban a la tristeza como un sentimiento negativo al que no debemos abandonarnos, ya que nos sume en la pasividad y disminuye además nuestra capacidad de ser y actuar, además de bloquear y agotar nuestras fuerzas vitales. En este sentido Nietzsche irá más lejos en cuanto al peligro de abandonarse a ese sentimiento de tristeza, “ya que quien se entrega a la compasión en todas las ocasiones que la vida ofrece, a la fuerza se vuelve enfermo y melancólico y sentirse abrumado por todo el dolor y las desgracias que suceden en el mundo es una enfermedad del alma que conduce irremisiblemente a la melancolía y por tanto a la depresión”. Kant será otro de los filósofos que desdeñará la Piedad por el sentimiento de confusión que conlleva. Así piensa que las almas compasivas son ciegas y con frecuencia engañadas, pues algunos recurren a la astucia, apelan a la compasión y a la buena fe de los demás y engañan para lograr beneficios sin esfuerzo, obtener condescendencia o eludir sus propias responsabilidades, por eso excluir el análisis racional de las cosas nos puede llevar a una “enfermedad del alma” y a desatender a otros muchos necesitados, además de incapacitarnos para cumplir el estricto deber de justicia, de ahí que hable de “la ceguera de la compasión”.

Otra de las razones por la que los racionalistas consideran negativa a la Piedad, es que como en la definición de Aristotélica y Cartesiana sea una mezcla de tristeza y temor, ese temor lo califican como de un egoísmo encubierto, ya que al compadecer el infortunio de otro tememos que también a nosotros nos pueda alcanzar, por eso al ver el sufrimiento de un semejante al mismo tiempo se produce en nosotros un cierto alivio al pensar que nosotros no lo padecemos, al menos de momento. Nietzsche además apostilla que cuando ayudamos a alguien desafortunado pensamos que ese otro puede ser él mismo y calcula que quizá, mas vale ayudar para ser ayudado en caso de necesidad, por tanto apunta “el compasivo en el fondo lo que quiere es que nadie le haga daño” pero en opinión de este filosofo “esto no es virtud, sino una profunda cobardía, un temor mezclado con cálculo inconsciente y egoísta”.

Frente a esta corriente negativa sobre la piedad que mantendrán los racionalistas, a partir del siglo XVIII nos encontraremos con otras corrientes filosóficas como los moralistas británicos representados por Adam Smith, que impulsaron una valoración positiva de la piedad por estimar que “es un sentimiento natural que atiende a los intereses de la especie y que equilibra las tendencias egoístas” y Rousseau y Schopenhauer que resaltaron sus aspectos más positivos desde un concepto de secularización. Schopenhauer defendía que la recuperación de la piedad se realiza desde el supuesto de un ateísmo que dicta que “Aunque dios no exista y el mundo no sea más que un inhabitable cúmulo de sufrimientos, no todo está permitido”.

 Para Rousseau la piedad es un sentimiento natural que expresa la bondad original del ser humano. Para este filósofo ilustrado existen dos tendencias o principios naturales anteriores al desarrollo de la razón: El amor de sí, que orienta al individuo a buscar su propia conservación y bienestar, además del sentimiento de Piedad o compasión. Define a la Piedad “Como el principio natural que nos inspira una repugnancia instintiva a ver sufrir a cualquier ser sensible, y en especial a nuestros semejantes. No sólo es algo emocional, sino que se experimenta de un modo sensible o corporal. Hace que nos sintamos implicados en la desgracia de los demás y contrarresta el egoísmo, que es lo que Rousseau denomina el “amor propio”. Para Rousseau un individuo no es absolutamente depravado si conserva un ápice de compasión, aunque reconoce que determinadas prácticas, educación o costumbres pueden provocar la corrupción moral o la pérdida de la disposición natural del hombre a esa compasión y perder el sentido moral, y es precisamente entonces, cuando se ha perdido cuando el hombre es capaz de infligir dolor a otro sin ninguna compasión y es cuando lo calificamos de inhumano.
Tanto para Rousseau como para Schopenhauer el egoísmo es el origen de todos los males que se originan en el hombre, ya que ello implica preferirse a los demás, exigiendo que los demás nos prefieran a nosotros antes que así mismos. Constituye una fuerza tan poderosa que para reprimirlo los hombres acuden a la represión de las instituciones y al temor a la sanción que lleva al propio egoísmo a contenerse. Ambos filósofos consideran que el único modo eficaz de frenar al egoísmo es la compasión, ya que esta significa la participación inmediata en el sufrimiento del otro, para que ese otro nos deje de ser un extraño y se convierta en alguien próximo, de manera que la compasión supone asumir la carga existencial del otro, pues según Rousseau cargar con su sufrimiento, es de la única manera que captamos mejor la identidad de nuestra naturaleza, ya que son nuestras miserias comunes las que llevan nuestros corazones hacia la humanidad y para alcanzar este fin recomienda que sea la educación la encargada de desarrollar nuestro lado compasivo, origen de todas las acciones altruistas, de manera que la tendencia natural a la bondad no se pervierta. El fin último será que no solo nos compadezcamos de un ser humano, sino de cualquier ser viviente que sufre. Unamuno también nos recordará que “el dolor y la compasión, son la esencia del amor espiritual humano, los que nos revelan la hermandad de lo vivo” “el amor, continúa, no es un lazo interesado ni egoísta, es un puro deleite de sentirse juntos, de sentirse hermanos. Cuando este amor crece, cuando es intenso por dentro entonces se expande y se extiende a todo” y para concluir apunta que “La voluntad de vivir, el amor a la vida y a todo cuanto vive, y el descubrimiento de su carácter finito y pasajero, hace nacer el llamado amor universal, fruto de una experiencia de compasión que lleva a humanizar todo lo viviente e incluso lo existente”.
Pero toda esta serie de reflexiones y pensamientos de las distintas corrientes filosóficas sobre la piedad ¿a dónde deben conducirnos? Tanto los defensores como los críticos de la piedad coinciden en que quien ocasiona gratuitamente el sufrimiento humano, el despiadado, el impasible, no merece el calificativo de humano. Así la crueldad, el gozo con el mal del otro, incluida la impasibilidad o la indiferencia ante la adversidad que experimenta un semejante, es considerada como un nuevo agravio que se añade al sufrimiento de las víctimas y le despoja de su dignidad.
Pero no nos engañemos pues tendremos que estar siempre alerta y mantener la cautela necesaria cuando se invoca la piedad, pues a veces estas virtudes pueden llegar a ser vicios disfrazados, tanto para el compasivo como para el compadecido, ya que puede haber por parte de ambos un deseo de manipulación. Para el Compasivo en la piedad o compasión puede haber un deseo de manipulación, queriéndose hacer pasar por altruista lo que no es más que algo meditado para conseguir con el sufrimiento ajeno otros fines como suscitar admiración, agradecimiento o incluso fortalecer su propio yo y en muchas ocasiones también para ejercer un dominio total y absoluto sobre el compadecido. Para el Compadecido la piedad también puede convertirse en un arma potentísima para tratar de manipular al que se apiada, llegando a tiranizar al compasivo hasta convertirle en una víctima sin voluntad propia.
Por tanto vemos que cualquiera de las dos posturas alcanzan grandes riesgos y que cualquier ser humano puede caer en cualquiera de los dos vicios. Por ello la piedad siempre se debe acompañar conjuntamente con Sentimiento, Sensibilidad y Razón. La razón siempre nos alertará de los peligros de una compasión ciega y contribuirá a desarrollar una solidaridad que hará que veamos a los demás como compañeros de sufrimiento y no a estar por encima o por debajo.
Y llegado este punto también es donde cobra gran importancia el método masónico porque será el encargado de iluminar al hermano francmasón sobre cómo y dónde encontrar la mesura en la aplicación de la piedad. Según el querido hermano Javier Otaola, en su ensayo: “Razón y Sentido: La metáfora Masónica” para el hermano Francmasón la Piedad Masónica es “El deseo de hacer bien las cosas, de “ser bueno”, de alcanzar alguna calidad en nuestro ser y en nuestro hacer” que equivale a lo que los romanos calificaron como “pietas”, mientras que la “Impiedad Masónica” significa despreciar la obra, revolver las herramientas, confundir entre tener y molestar a los demás constructores, golpear inconscientemente la piedra, ignorar los planos e ignorar conscientemente la obra y el arte. Según el “Dictum Masónico”, es despreciarse a sí mismo, desentenderse de la propia vida, perderla sin honra y sin propósito. La “pietas” masónica nos exige actuar conscientemente, cuidar de nuestros actos por verdadero amor propio, mirar con atención la realidad, ya que será sobre la realidad sobre la que querremos edificar la obra, pero no solo debe interesarnos la realidad que se ve, sino también la que no se ve, es decir no solo la realidad objetiva y fáctica, sino también la subjetiva y virtual. Desde esta perspectiva la piedad vendrá a ser considerada no una virtud religiosa, sino una verdadera virtud intelectual.
Pero estos fines habremos de alcanzarlos con las herramientas que desde siglos atrás ha puesto en nuestras manos la masonería; la plomada y el nivel serán nuestros más firmes aliados para obtener esa objetividad a la hora de ser compasivo y compadecido y el estudio y el ejercicio de la razón complementarán para ayudarnos a conquistar una exacta comprensión de lo real que convierta a la piedad en esa verdadera virtud intelectual.
 
Lola Moreno.·.

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