domingo, 31 de mayo de 2015

Yo soy vosotros, y vosotros, soy yo.


Todo empezó a orillas del mar, sentado en la arena, fina y amarilla, golpeado por una suave brisa que hacía más soportable el sol del mediodía. A lo lejos pude vislumbrar a una mujer realizando extrañas figuras con su cuerpo, cambiando rítmicamente de postura para al rato quedar inmóvil cual estatua durante unos minutos. Me acerqué a ella y estuve observándola largo rato. Su cara reflejaba una gran paz, y sus movimientos elegantes, sin atisbo de esfuerzo y dolor. Aquello me impresionó.

 Hacía poco que había abandonado mi fe infantil e ingenua, y mi corazón estaba inquieto, en continúa búsquedad de una nueva espiritualidad, más personal e íntima. El recuerdo constante de las posturas de aquella mujer me llenaban de paz. Entonces no sabía cuán importantes iban a ser en mi vida posterior esas imágenes y la figura de aquella mujer, la Mujer. A través de ella se me abrió una puerta hacia un conocimiento y una realización personal que culminaría muchos años después con la ayuda de otra mujer, inspiradora y maestra, compañera y amiga, complemento de mi vida, pues siendo ahora uno con ella, soy uno con el todo.
Con los años fui creciendo y madurando, intuyendo otra realidad que no pueden ver los sentidos , que habla al espíritu a través de los símbolos.
El camino se había ido estrechando poco a poco casi sin darme cuenta, hasta toparme de bruces con la puerta del taller donde trabajaban unos canteros en la construcción de su propio templo y del de toda la humanidad. Hermosísima metáfora. Es aquí donde quiero formarme, es aquí donde quiero trabajar el resto de mi vida, pensé.
Tras ser considerado apto para el trabajo, fui iniciado en las artes de la construcción; en el Arte Real que ellos llamaban. Símbolos y palabras, rituales, expresiones y formas de comportamiento que hicieron hervir mi cabeza. Todo era nuevo y excitante, la amistad entre todos era cálida; desde entonces ya nunca me he sentido solo.
Cuidaba de las herramientas que me dieron, las limpiaba, aprendí a conocerlas y a utilizarlas, al principio de forma torpe, con el tiempo de forma más cuidadosa y útil; el golpe del mazo sobre el cincel era cada vez más preciso, las esquirlas que levantaba de la piedra cada vez más pequeñas. Trabajé en silencio y con entusiasmo, concentrado en mi trabajo sobre la piedra bruta, dándola una forma cada vez más precisa.
El tiempo pasó rápido, todo era nuevo para mí, y casi sin darme cuenta un día mi instructor me dijo que para el día siguiente necesitaba la piedra más perfecta que fuese capaz de labrar. Dediqué todo el día, desde el mediodía hasta el ocaso, a realizar la tarea encomendada.

 Al día siguiente llevé la piedra a un lugar apartado del resto de aprendices, donde los maestros del taller midieron los ángulos de la misma con su escuadra y colocaron el nivel sobre cada una de sus caras. Y sonrieron satisfechos. Uno de ellos se me acercó y me dijo al oído una palabra, sin sentido alguno para mí en ese momento. Me invitaron al interior del taller y me dieron unas nuevas herramientas y una pequeña instrucción. Miré hacia el cielo y a través de una pequeña claraboya vi una refulgente estrella en el cielo. Ella será tu guía a partir de ahora; debes abandonar el taller y salir al mundo exterior para conocerlo mejor; cuando estés preparado, vuelve y enséñanos lo que has aprendido.
No entendí mucho lo que me habían querido decir.
Fue como un nuevo comienzo. Ya no era un aprendiz, había adquirido suficiente conocimiento para poder labrar una piedra cúbica con destreza, sin herirme con las esquirlas que levantaba; pero no sabía si tendría fuerzas suficientes para dejar el calor del taller y salir al mundo exterior con un saco de nuevas herramientas, que apenas conocía.
Han pasado algunos años, y curiosamente, de forma casi imperceptible, he ido interiorizando y aposentando todo el conocimiento adquirido hasta ahora. Ya no me importan las herramientas que deba utilizar en cada momento, sino las manos que las usan diestramente y que van siempre conmigo. Ya no necesito la estrella refulgente en el cielo para guiar mis pasos, pues la llevo dentro de mí, en mi corazón. He trabajado duro para conocerme y conocer el mundo, y este trabajo me ha formado.
Y lo más importante, he visitado de la mano de mi amor y compañera el interior de la tierra, y tras haberme rectificado, he encontrado la piedra oculta, la clave desechada por muchos, y que realmente sustenta todo el edificio. He encontrado el amor. Ya no necesito herramientas, pues yo, soy la herramienta, y la herramienta, soy yo; ya no os necesito a vosotros, hermanos, pues yo, soy vosotros, y vosotros, soy yo.
El amor es la magia del mundo, que todo lo crea y todo lo destruye, en un continuo renacimiento, en una continua ascensión hacia el ideal superior.
En estos años de búsqueda, he descubierto esta llave, de la mano de mi amor, que abre todas las puertas y todos los corazones.
Gracias hermanos por vuestra ayuda.
Ya no necesito nada más, tengo la verdadera medicina, la clave del edificio. Gracias, Amor.
 
 
He dicho
H.·. Castor
 
 

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