domingo, 15 de febrero de 2015

Lo social
Columna de Opinión
Diario de Ávila
Por: Pilar Álvarez.


¿Hablamos de tolerancia?
 

Las profecías sobre la tolerancia son muy antiguas, y parece ser, que pocas  se cumplen, como si formaran parte de ese sueño al que llamamos “utópico” una idea de sociedad perfecta, donde reinara  la armonía y la convivencia, cuyos aspectos políticos, económicos y sociales, estuvieran equilibrados, permitiendo con ello, que toda la comunidad pudiera disfrutar de una vida apacible, gracias a formar parte de un sistema libre e igualitario, donde sobre todo el ideal  en tolerancia fuera  unánime.
 
Naciones Unidas proclamo 1995. Año Internacional de la Tolerancia, nunca más “campos de concentración” nunca más  genocidios”, sin embargo no se está logrando esta proclamación, pues estamos viendo en nuestro presente, ha niños, mujeres y ancianos, vejados, torturados violados y desaparecidos. Pero nuestro mundo sueña con la “tolerancia”, quizás porque se trata de una conquista importante que brilla por su ausencia. Todos los grades sabios, así como los poetas, los cantautores…. han cantado sus excelencias, señalando que se trata de una virtud necesaria, difícil de poner en práctica, muy difícil de explicar, pero a la vez bastante escurridiza.
Pero hasta donde y hasta cuando,  la tolerancia, “debe permitir el mal” pudiendo reprimirlo, hacer la vista gorda es un giro insuperable, porque expresa algo tan complejo como disimular sin disimular, darse o no darse por enterado. Esa es precisamente la primera acepción de tolerancia prerrogativa del que tiene la sartén por el mango, que libremente modera el ejercicio del poder.
Los clásicos llamaron clemencia a la tolerancia política, Seneca escribió el tratado -De clementia- ya que Nerón empezaba a no poder disimular su intolerancia. Sin embargo, el Estado debe gobernar con una justicia atemperada por la clemencia, decidir cuándo y cómo permitir el mal sin aprobarlo, es un arte difícil, que exige conocer a fondo la situación, valorando lo que se pone en juego, sopesar los pros y los contar, así como anticipar las consecuencias. El ejercicio de la tolerancia se ha considerado siempre muy difícil de prudencia en el arte de gobernar. Pero es necesario separar ciertos poderes.
El Magistrado no debe tolerar ningún dogma adverso y contrario a las buenas costumbres necesarias para conservar una sociedad civil. Pero la realidad en la que vivimos es otra, y es muy difícil con tanta lectura de la interpretación de los Magistrados confiar en la ley, pero nos queda el consuelo de confiar en el trazado de la frontera, entre lo tolerable y lo no intolerable, aceptando con ello la interpretación del juez.  En todo lo que la ley permite hay que ser tolerante. Sin ejercer la tolerancia pasiva, aquella que dice, “vive y deja vivir “como también  la práctica de la indiferencia. Hay que ejercer lo contrario, practicar la tolerancia activa, que es la que viene a significar solidaridad, pues obrar unos contra otros va en contra de la naturaleza humana. Pero es muy complejo pedirle a un ciudadano que sea tolerante si está desesperado por conseguir empleo, o está desesperado por el hambre.  Es necesario que desde el ámbito público y privado se trabaje. El Estado debe plantearse como objetivo que la tolerancia, más que un discurso Institucional, sea algo que se pueda llevar a la práctica. No puede convertirse en un mero recetario de las políticas públicas. Las personas en este siglo XXI tienden a aislarse, bajo esta realidad, ¿perderemos el sentido de tener que hablar de la tolerancia?, si el ambiente es de indiferencia por el otro. Sin embrago el sentido, entronizaba al concepto de que la  tolerancia es clave para el funcionamiento del tejido social.

 

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