domingo, 30 de marzo de 2014

Por: Rafael Lopez Villar 

Creo que nadie me discutirá si planteo que todos hacemos las cosas pensando en que es lo mejor para el tema y las circunstancias que nos atañen.  Estoy convencido, al menos tan convencido como de que el uso del espejo de mirarse y hacer autocrítica es habitualmente incorrecto por permisivo y por poner siempre el perfil bueno. Aunque de esto la culpa es seguramente de los fabricantes que no adjuntan un libro de instrucciones advirtiendo de los peligros de no examinar todos los ángulos posibles con mirada crítica y veraz. Somos humanos, los fabricantes y los visionarios, o videntes, o mirones.
Por eso me pasmo y no paro. Por eso me asusto y no paro. Por eso digo lo que digo y no me escondo. Hacer un recorrido por las redes sociales es un ejercicio de funambulismo sobre el precipicio del odio, y a veces sin pértiga ni sombrilla, con viento racheado de costado y niebla. A veces, incluso, sin alambre.
Porque viento racheado de costado es que todos los comentarios, de extremada virulencia oratoria en algunos casos, caigan hacia el mismo lado político. Porque niebla es, al fin y a la postre, no darse cuenta de que lo mucho cansa y anestesia por lo que finalmente se pasa sobre ello de puntillas y con los dedos tapando la nariz. Porque la falta de pértiga o sombrilla nos condena a la caída por falta de apoyo para mantener el equilibrio imprescindible. Y porque falta de alambre es, para mí en todo caso, incitar al odio en las duras esperando que el viento sea calmo en las maduras.
La política de tierra quemada que se practica últimamente, en muchos casos buscando un aplauso que desgraciadamente se consigue fácil, no es más que la siembra del hambre, de la imposibilidad de conseguir  un país, una sociedad, un mundo, moderno, con capacidad de convivencia y progreso que ya no será fácil que tengamos al menos en un futuro cercano.
Claro que lo mismo no importa. Hay que fomentar el odio al contrario, aunque se lo merezca, y conculcar la legalidad y el sentido común siempre que nos favorezca, y sobre todo, saturar, insultar y aprovecharse de instrumentos que seguramente merecerían otros fines.
Leña al mono que es de trapo y lo mismo se lo merece. Y si no que le den por no pensar lo que yo pienso ni hacer lo que yo haría.  Y a nuestros hijos, a nuestros nietos, el legado imperecedero de una convivencia imposible y la ausencia de una sociedad moralmente construida en la fraternidad, el respeto y la tolerancia. Incluso hacia aquellos que se lo merecen.

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