El primer nivel de la
vida individual es la percepción,
y más exactamente, la percepción a través de los sentidos. Aquí nos encontramos
en esa esfera de nuestra vida individual en la que la percepción se traduce
directamente en voluntad, sin intervención de ningún sentimiento o concepto.
Este impulso humano se
denominará sencillamente instinto.
La satisfacción de nuestras necesidades más elementales, puramente animales,
el hambre, la relación sexual, etc., se forman de esta manera.
La característica de la vida instintiva reside en
la espontaneidad con que la percepción específica y
libera la voluntad.
Esta manera de
determinar la voluntad, que originariamente sólo es propia de la vida sensual
inferior, puede también extenderse a las percepciones de los sentidos
superiores. Ante la percepción de un suceso en el mundo exterior reaccionamos
sin reflexionar y sin relacionarla con ningún sentimiento especial, como ocurre
en nuestro trato social convencional. El impulso de esta manera de actuar se
llama tacto, o buen gusto
moral.
Cuanto más a menudo
suceda que una percepción suscite esta clase de acción espontánea, más capaz
será la persona para actuar simplemente impulsada por el tacto, el tacto se convierte en su disposición
caracterológica.
El segundo nivel de
la vida humana es el sentimiento.
Las percepciones del mundo exterior van acompañadas de sentimientos
específicos. Estos sentimientos pueden traducirse en impulsos para actuar. Si
veo un hombre hambriento, mi compasión hacia él puede suscitar el impulso de mi
acción.
Algunos de estos
sentimientos son: el pudor, el orgullo, la honra, la humildad, el
arrepentimiento, la compasión, la venganza, la gratitud, la piedad, la lealtad,
los sentimientos de amor y del deber.
El tercer nivel de la
vida es, finalmente, el del pensamiento
y el de las representaciones.
Por la mera reflexión puede traducirse una representación o un concepto en
motivo para actuar. Las representaciones se convierten en motivos debido a que
a lo largo de la vida unimos constantemente determinados objetivos de la
voluntad con percepciones que se repiten siempre de forma más o menos
modificada.
A esto se debe el que
en personas con un grado de experiencia aún no muy desarrollado, resulta que
determinadas percepciones están siempre acompañadas por la aparición en su
conciencia de representaciones de acciones que ellos mismos ejecutaron en un
caso similar o vieron a otros ejecutarlo.
Estas
representaciones se les presentan como modelos que determinan todas las decisiones
y llegan a formar parte de su disposición caracterológica.
Podemos llamar experiencia práctica a este impulso de la voluntad.
La experiencia práctica se convierte poco a
poco en actos dictados por el tacto.
Esto sucede cuando
determinadas imágenes de formas de actuar típicas se han unido tan fuertemente
en nuestra conciencia con representaciones de ciertas situaciones de la vida,
en un caso dado, que pasamos directamente de la percepción al acto volitivo,
prescindiendo de toda reflexión basada en la experiencia.
Pero si actuamos bajo
la influencia de intuiciones, el impulso de nuestro actuar es el pensar puro. Puesto que
en la filosofía se acostumbra a llamar razón a la facultad del pensar puro,
queda justificado llamar razón
práctica, al impulso moral que corresponde a este nivel. kant Considero
su trabajo sobre este tema una de las contribuciones más importantes de la
filosofía actual, principalmente de la ética..
Es evidente que un
impulso de este tipo no puede considerarse en sentido estricto que forme parte
de la disposición caracterológica, puesto que lo que actúa como impulso ya no
es algo meramente individual, sino el contenido ideal y, por tanto, universal
de mi intuición.
Tan pronto como yo
considero justificado este contenido como base y punto de partida de una
acción, paso al acto volitivo independientemente de si ya antes poseía el
concepto, o de si sólo ha llegado a mi conciencia justo antes de mi acción;
independientemente de que yo poseyera o no ese concepto en mí como disposición.
Los motivos de la
moral son las representaciones y los conceptos. Hay moralistas que también
consideran el sentimiento un motivo de la moral; afirman, por ejemplo, que la
finalidad de la acción moral es la obtención del mayor placer posible para el
individuo que actúa.
Pero el placer mismo
no puede ser motivo, sino únicamente la representación
del placer. La representación de un sentimiento futuro, no el
sentimiento mismo, puede influenciar mi disposición caracterológica. Pues el
sentimiento mismo no existe en el momento de la acción, sino que ha de
producirse por ella.
Tanto la representación
del bienestar propio, como la del ajeno se consideran, con razón, motivo de la
voluntad. El principio de conseguir por medio de la acción la mayor cantidad de
placer, es decir, de alcanzar la felicidad individual, se llama egoísmo.
Se intenta alcanzar
esta felicidad individual buscando sólo el propio bien de forma implacable,
incluso a costa de la felicidad de otros individuos (egoísmo puro), o bien
promoviendo el bien de otros porque se espera indirectamente de la felicidad
ajena una influencia sobre uno mismo.
O porque causar perjuicio a otros podría poner
en peligro los intereses propios (moral de prudencia). El contenido específico
de los principio éticos egoístas dependerá de la idea que el hombre se haga de
la propia felicidad o de la felicidad ajena.
Cada uno determinará
el contenido de sus aspiraciones egoístas según lo que considere como bien
(bienestar, esperanza de felicidad, liberación de ciertos males, etc.).
Consideramos entonces
simplemente necesidad moral el sometimiento al concepto moral que actúa como
mandamiento en nuestro actuar. La justificación de esta necesidad la dejamos a quien
exige la sumisión moral, esto es, a la autoridad moral que reconocemos (cabeza
de familia, Estado, costumbre social, autoridad eclesiástica, revelación
divina).
Nos encontramos ante una clase especial de
estos principios morales cuando el mandamiento se manifiesta, no a través de
una autoridad externa, sino desde nuestro propio interior (autonomía moral).
Percibimos entonces en nuestro propio interior la voz a la que debemos
someternos. La expresión de esta voz es la conciencia.
Significa ya un progreso
moral el que el hombre no haga simplemente motivo de su actuar el mandamiento
de una autoridad exterior o interior, sino que se esfuerce por comprender la
causa por la que un precepto dado de comportamiento debe actuar como motivo.
Este es el progreso que va de la moral basada
en la autoridad al actuar a partir de la comprensión moral.
En este nivel moral
el hombre tratará de conocer las necesidades de la vida moral, y dejará que
este conocimiento determine sus actos.
Tales necesidades son.
El bien máximo para la humanidad, como un fin en sí mismo. El progreso
cultural, o la evolución moral de la humanidad hacia una perfección cada
vez mayor. La realización de los objetivos de la moral individual, concebidos
por la intuición pura.
El bien máximo para toda la humanidad será entendido,
naturalmente, de diferente manera por distintas personas. La citada máxima no
se refiere a una idea determinada de este “bien”, sino a que todo el que
reconozca este principio se esfuerce en hacer lo que en su opinión más favorece
al bienestar de la humanidad en general.
El progreso cultural es un caso especial del principio moral ya mencionado
para todo aquél a quien los avances positivos de la cultura le producen un
sentimiento de placer.
Pero también es
posible que alguien vea en el progreso cultural una necesidad moral,
independientemente del sentimiento de placer que lleva consigo. En ese caso,
este progreso será para él otro principio especial además del mencionado.
Tanto el principio
del bien general, como el del progreso cultural están basados en la
representación, esto es, en cómo relacionamos el contenido de las ideas morales
con determinadas experiencias (percepciones). Sin embargo, el principio moral
más elevado que podemos imaginarnos, es aquél que no tiene este tipo de
relación establecida de antemano, sino que surge de la intuición pura, y que
sólo después busca algún vínculo con la percepción (con la vida).
En este caso, la determinación sobre lo que se
debe querer procede de otro criterio distinto que los casos precedentes. Quien
se adhiere al principio moral del bien general, lo primero que se preguntará en
todas sus actuaciones será cómo contribuyen sus ideales a ese fin.
Quien sigue el
principio moral del progreso cultural actuará de manera similar.
Pero existe una forma aún más elevada, aquélla
que no parte de una finalidad moral preestablecida en cada caso, sino que da un
determinado valor a todos los principios morales y que, ante cada caso, siempre
se pregunta cuál es el principio moral que tiene más importancia.
Puede suceder que
dependiendo de las circunstancias, alguien estime correcto, y por lo tanto
motivo de su actuar, el estímulo del progreso cultural, en otras, el del bien
general, o en un tercer caso, el del bien propio.
Entre los diversos
niveles de la disposición caracterológica hemos visto que el más elevado es el pensar puro o razón práctica.
Entre los motivos hemos señalado la intuición
conceptual como el más elevado. Si lo consideramos más detenidamente,
salta a la vista que en este nivel de moral el impulso y el motivo coinciden,
es decir, que ni una disposición caracterológica determinada, ni la norma de un
principio ético exterior, influyen sobre nuestra conducta.
La acción, por lo
tanto, no se ejecuta de forma rutinaria siguiendo alguna regla, ni de manera
automática como respuesta a un impulso externo, sino que está determinada
únicamente por su contenido ideal.
Tales actos
presuponen la facultad de la intuición moral. Quien carece de la capacidad de
vivenciar en sí el principio moral que se ajusta a cada caso, nunca llegará a
realizar un acto volitivo verdaderamente individual.
El principio ético
justamente opuesto a éste es el de Kant. “Actúa de tal manera que los principio
de tu acción puedan ser válidos para todos los hombres”. Este precepto
significa la muerte de todo impulso individual. La norma para mí no puede ser
cómo actuarían todos los hombres,
sino qué es lo que yo debo hacer en cada caso particular.
Eduard von Hartmann
Hipatia
1 comentario:
Personalmente creo que el motor de los actos humanos positivos, los que 'construyen vida' no son los modelos sociales impuestos, ni las reglas morales universales, sino las ilusiones individuales de cada hombre y cada mujer, que convierten en sentimientos y en motor de sus vidas.
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